Una parada en las Bibliotecas de Villalba

El 24 de octubre de 1997 la biblioteca de Sarajevo se incendió y fue destruida por completo debido al conflicto balcánico. Tres décadas después seguimos conmemorando ese día, para que nunca se nos olvide que las bibliotecas albergan grandes tesoros, que son lugares de culto al conocimiento y el desarrollo de las personas, y que una de las mejores maneras de protegerlas es darlas a conocer, abrir sus puertas, y  sobre todo, hablar y hacer que se hable de ellas, tal y como hace nuestra colaboradora Laura Aparicio con las Bibliotecas de Collado Villalba… ¡A leer se ha dicho!  

Recuerdo de mis tiempos de facultad, que ir a la biblioteca era, cuanto menos, de empollona, aburrida y si me apuráis, eras considerada un poco rara. Solo acudía gente la víspera de un examen, para preparar algún trabajo de última hora, o simplemente para utilizar la fotocopiadora porque la de la entrada se había estropeado y no te quedaba otra que atravesar el largo pasillo, entrar en un minúsculo cuartito y moneda tras moneda, pagar todas las hojas que iban saliendo, al compás de las horas que tardabas en copiar todo, o parte de tu ejemplar.

Sí, en aquellos años, estaba permitido fotocopiar los libros de todo tipo y colores. No había ninguna ley que lo prohibiera y era bastante común ver una fila interminable de chicos y chicas “fusilando” compulsivamente libros de: escultura, grabado, pintura…etc. O “plagiando” apuntes de algún compañero, previo pago de dinero o en especie. Los primeros se llevaban el trabajo hecho a casa y los segundos, cierto orgullo popular porque su pluma destacaba sobre la de los demás.

Me licencié en Bellas Artes y  aunque es una carrera que tiene fama de poco estudiar y de mucho pintar; la verdad es que me pasaba horas en aquella biblioteca y no sólo en la de mi facultad, también acudía tardes sí, y tardes también, a la de Periodismo, que se encontraba muy cerca. Al final saqué mi tesis a caballo entre una y otra biblioteca y yo creo que de ahí me vino la afición por escribir. Con tanto periodista en ciernes y el placer que me producía buscar los libros entre esas interminables estanterías (¿Sabéis que ahí se rodó la película Tesis?).

Inciso aparte, creo que todo se lo debo a mi cercanía con los reporteros y seguramente al placer que me producía abrir los libros bajo esa luz tenue y en medio de un absoluto silencio, que a mí me conmovía y al mismo tiempo me encantaba. Debido a esta temprana afición por el silencio, junto con la armonía y sencillez que encontraba en estos parajes, fui desarrollando un instinto especial a la hora de visitar las bibliotecas que me he ido encontrando por el camino. En cada una de ellas descubro algo diferente y particular que me atrae de una manera difícil de expresar.

Hace unos años que vivo en Collado Villalba y la primera vez que visité la Biblioteca principal, de nombre “Miguel Hernández”, situada en la calle de Batalla de Bailén, me quede impresionada con su fachada, obra del gran arquitecto José María Pérez González, más conocido como Peridis. Me pareció como la antesala de un aeropuerto. Me quedé parada observando la cantidad de columnas que había en el exterior y de forma discreta y pausada, accedí al interior.

Biblioteca Miguel Hernandez

Foto: Carlos Aparicio

En el mostrador me atendió una mujer cercana y amable, que me explicó cómo tenía que hacerme el carné, los servicios que ofrecían los diferentes apartados y lo fácil que era sacar un libro, retrasar el plazo de devolución, o pasearme por los pasillos, hasta encontrar el ejemplar que más me interesara.

Acto seguido, subí la primera planta, saludé al personal que estaba en la recepción y directa me fui a escudriñar los pasillos, repletos de libros, que me saludaban conforme los ojeaba. Me quedé sorprendida de la cantidad de ejemplares que había, actuales, de consulta, clásicos de toda la vida y lo bien que estaban colocados.

Cogí uno al azar, porque quería, ante todo, sentarme en la enorme sala y contemplar las vistas de la calle desde esa altura y observar a las personas que había: Gente de mediana edad, chavales en concentración absoluta, que acercaban sus ojos a los libros con tal intensidad y concentración, que, por un momento, me dio por pensar que iban “colocados”. Bueno, sin exagerar, en realidad lo que me gustó, es que participaban en ese ambiente todo tipo de personas: señores de cierta edad, mujeres, probablemente amas de casa, jubilados, jóvenes y hasta niños disfrutando de una mañana de lectura o adolescentes, simplemente pasando apuntes.

Biblioteca Miguel HernandezHacía tiempo que no visitaba una biblioteca con tanta luz exterior, silencio absoluto, sólo interrumpido por algún carraspeo, una tosecita ahogada, o el ruido del móvil al dejarlo sobre la mesa. Había algo especial en el ambiente que invitaba a observar. Me costó mantener la vista fija en el libro elegido, más por compromiso que por interés, pues la visita a esta biblioteca, el primer día, sólo fue una toma de contacto, pero las que vinieron después, me sirvieron para afianzar que, si quieres permanecer concentrada en tu lectura, sin molestias de ningún tipo o con ganas de estudiar, pensar, reflexionar o simplemente escuchar música mientras ojeas una revista, ahí es donde tienes que ir a parar.

 

Antes o después, te sentirás atraído por esas largas y paralelas estanterías que mostrarán sus títulos y alargando tus brazos pondrán sobre tu mano el ejemplar que andabas buscando y estuvo allí nada más llegar. Hay un imán, nada más abrir la puerta, que te empuja a subir y a no quererte marcharte de ahí.

Biblioteca - Sancho PanzaY por si fuera poco y te quedaras con ganas de más, subiendo por la carretera que te lleva a Moralzarzal, no puedes olvidarte de atravesar el pueblo de Collado Villalba y a muy pocos metros de la antigua vaquería, hoy un restaurante muy rústico y divertido, irás a parar a una casita de piedra con un encanto especial. Con un cuidado jardín en el medio del cual te darás de bruces con un curioso pupitre de hierro y cristal, en cuyo interior reposa un bajo relieve de un pasaje del libro: “Don Quijote de la Mancha” haciendo honor a nuestro querido Sancho Panza y nombre escogido para la siguiente Biblioteca.

 

Biblioteca - Sancho PanzaY de la mano del fiel escudero y subidos encima de dócil borrico, nos adentramos en otra biblioteca más pequeña, pero igual de acogedora que la anterior y podremos disfrutar en un ambiente más íntimo de la lectura de más de uno y de dos. Está situada en la calle Espinarejo y si cierras fuertemente los ojos, el hidalgo Quijote, bajará de su caballo y de su brazo te acompañará hasta la entrada.

 

El día que fui, no tenía muy claro cuál elegir, y me choqué con un ejemplar de Isabel Allende que estuve varias veces intentando comprar en el Carrefour de Los Valles, en la sección de librería y por causalidades, o no, de la vida, siempre que iba, ya no estaba. Así que cuando Sancho me lo puso a la altura de mi vista, lo atrapé como alma que lleva el diablo y me hizo tanta ilusión sentirlo entre mis manos que no tardé ni un segundo en ir a la entrada y sacarlo con mi carné. “El amante japonés” se titula, no llevo ni 100 páginas y estoy tan enganchada, que no pudo para de leer.

Cada libro es una crónica y una vida que sentir. Es increíble comenzar con una buena historia y no poderlo dejar. Colgarse de la lectura es uno de los placeres más grandes que hay y si encima tenemos a nuestro alcance dos hermosas bibliotecas, fáciles de acceder, que nos abren sus puertas de par en par, ya no tenemos excusa para acercarnos y venir con nuestros amigos, hijos, hermanos, cualquier día, a pasar un rato en compañía, respirando el olor de los libros y sintiendo la vida que a través de ellos siempre nos hace vibrar.

 

 

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