Un año más aquí la tenemos. Llena de luz y de encanto, nos recibe, nos acoge…dicen que es una fiesta para estar en familia, yo creo que, el solo hecho de lograr reunir a toda la familia, es ya una fiesta. Y como tal, para disfrutarla de cerca, me quedo con los niños, que sin lugar a dudas, la sienten y viven, de manera especial. Por eso para contaros esta festividad, contacté con mi “niña interior” y le di un paseo muy particular.
En el momento que me propusieron escribir sobre la Navidad en Villalba, sentí una punzada en el corazón muy fuerte, y supe que esta misión, no se debía al azar, ni a la casualidad, y mucho menos a una simple “lotería”.
Era, en primer lugar, un acto de responsabilidad, porque debía transmitir, de la forma más veraz posible, cómo este maravilloso pueblo, sentía sus fiestas Navideñas.
Y, en segundo lugar, sabía que algo dentro de mí se iba a remover y que probablemente volvería a mi infancia, como poco tiempo después, comprobé.
Lo primero que hice, fue acudir a la página web del Ayuntamiento de Collado Villalba y ver lo que ahí se “cocía”… y me quedé gratamente sorprendida, viendo la cantidad de actividades, que tenían programadas: “El tren de la Navidad”, exposiciones de belenes, cortometrajes con temática navideña, concursos de escaparates y de cuentos, conciertos…y un sinfín de propuestas, que me eran difícil de cubrir.
Me puse manos a la obra, llamé a mi hermano y le convencí para que me acompañara a saludar el “inicio” de la Navidad. Recogimos por la tarde a mi sobrino Martín, de su clase de Voleibol, y nos fuimos a Villalba pueblo. Como buena previsora, había hecho una lista de las cosas que había que ver. Comenzando por los belenes, y nos dirigimos a la Casa Consistorial a ver si nos facilitaban algún folleto. Estaba cerrado, como era de suponer, pero, sin querer, nos abrió la puerta, un hombre de melena canosa, mediana edad y encantador.
No estaban impresos todavía los folletos, sin embargo, accedió a su ordenador y nos hizo un resumen de todo lo que teníamos que ver. Con especial atención al Belén tradicional de Don Antonio Alonso, situado en la Plaza de los cuatro caños y seguidamente, nos propuso sacar el “billete” para montar en un tren, que estaba seguro que a Martín, le iba a gustar.
Le dimos las gracias, y como ya estaba a punto de anochecer fuimos a ver el horario del belén de nuestro vecino Don Antonio, e hicimos la reserva para el próximo día, ya que era festivo, y nos venía bien volver.
Cogimos el coche de vuelta, y nos dimos de bruces con el “tierno” tren. ¡No nos lo podíamos creer! Fue él, el primero en saludarnos, pitando con su bocina.
Nunca lo había visto tan de cerca. Estaba lleno de niños, madres, abuelos… Mi sobrino se emocionó, y le pidió a su padre, que le siguiera. Desgraciadamente, en un semáforo en rojo, le perdimos de vista, pero cuando ya estábamos llegando a la rotonda de La Gaditana, volvió a aparecer.
Detuve el coche en seco. Quería que mi hermano tomara fotos. ¡Estaba tan bonito iluminado!, lleno de luces de colores, de principio a fin, que, sin quererlo, regresé a la infancia. Sabía que antes o después, me iba a ocurrir. Se me engrasaron los ojos, sentí una emoción especial. Era la primera vez, después de muchos años, que sentía la Navidad, con alguien de mi familia, y eso me conmovió.
El tren se paró, aparcó frente al mercadillo, que hay puesto junto a la Biblioteca Miguel Hernández. Paramos nosotros también, dijimos adiós con la mano al tren, y recorrimos todos los puestos. Compramos una bufanda y unos guantes y a Martín, se le antojo una pulsera de cuero y un anillo de plata. Eran regalos para sus queridas hermanas, por “Papá Noel”. – ¡Que generoso es y cómo las quiere! – Dije para mis adentros, y de nuevo me emocioné.
Al día siguiente, nos dirigimos a la cita: visitar el belén de Don Antonio. Ninguno de los tres habíamos estado antes, así que la curiosidad por saber cómo era, nos generaba cierta inquietud.
La puerta del local estaba abierta, entramos sin llamar. Nos sorprendió las dimensiones del Belén, con todo lujo de detalles, respiramos la Navidad nada más entrar. Afuera el sol iluminaba la estancia y caminamos los tres, de la mano, por las calles de Belén.
Estaba realizado con mimo y cuidado. Muchas horas debió de pasar, aquel buen hombre, para dar vida a todas las piezas: el molino girando sus aspas, los Reyes Magos subidos a esos enormes camellos, el pozo dando agua fresca, la casita del herrero primorosamente iluminada …Y embelesados con todo lo que teníamos frente a nuestros ojos, de repente y como si se tratara de otra figurita del belén, apareció su Creador: Don Antonio Alonso.
Nos quedamos mudos los tres. Nos saludó, dándonos un fuerte apretón de manos. Había arrugas en su piel, se le notaba el paso de la edad, sin embargo, su rostro reflejaba tanta ternura y generosidad, que por un instante nos convertimos en parte de su nacimiento.
Nos contó de primera mano el tiempo que le había llevado construirle, nos fue explicando cómo había realizado, con mimo, primor y muchas horas de trabajo, todas y cada una de las figuras, que componían su “dedicación”. Su trabajo era fruto de mucho amor por la Navidad.
La mujer cosía y diseñaba toda la ropa de las figuritas. También había hecho, ella sola, otro Belén; un poco menso convencional, pero igual de hermoso.
Estaba bastante sordo el buen hombre y teníamos que elevar la voz, cada vez que nos dirigíamos a él. Queríamos que nos mostrara la vida interna de su obra maestra, y le dimos tantas voces, que pensábamos que se pudiera enfadar. Pero no, al revés, porque con una paciencia infinita, fue dando vida a cada una de las piezas.
Tenía un sistema eléctrico debajo de la mesa, sobre el que descansaba el Belén, y fue activando cada una de las figuras: el pescador sacaba un pez del río, el borrico arrastraba su carro, las cuadrigas, movida por dos caballos, daban vueltas sobre el circo romano, otro burro solitario, a la voz de “arre borrico”, echaba un chorro de pis, que a Martín le arrancó una sonrisa de oreja a oreja, que contagió al señor.
Toda su vida, estaba en ese enorme Belén, y me di cuenta de que su pasión, le había dado una razón para vivir. Le miré de soslayo, y vi el ángel que habitaba dentro de él, y sentí el ambiente de la Navidad, tan cerca de mí, que ya no me hizo falta ver nada más.
Era la hora de irse a comer, el hombre no quería que nos fuéramos y nos retuvo un rato más.
El sol iluminaba la entrada y nos invitaba a salir. Por fin nos despedimos, nos confesó con un poco de rubor, que mañana era su cumpleaños, le felicitamos por adelantado.
Se quedó parado en el umbral, viendo cómo nos alejábamos, mi corazón empezó a latir, y mi sobrino me cogió de la mano.
Ya de vuelta a casa, al dejar el abrigo sobre el perchero, vi una pequeña luz a la altura del bolsillo. Abrí la cremallera que hasta ese momento había permanecido cerrada y una estrella fugaz, salió disparada.
Dentro encontré una nota que decía: ¡Feliz Navidad querida Laura!
El gesto que ha tenido ese duende, disfrazado de persona, en su morada, solo es el comienzo de unas Navidades, como pocas habrás tenido. Cierra los ojos, pide un deseo y te será concedido.
Así que cerré los ojos, y pedí un deseo…
¡Feliz Navidad para tod@s…!
Laura Aparicio (Blog): “Mujer web 3.0 comparte razón y emoción”.
1 Respuestas de “Navidad en Villalba”
Precioso, Laura
Feliz Navidad.