Rutas Villalbinas: El Pantano de Valmayor

En el lugar en que vivimos podemos contemplar el privilegiado entorno que nos rodea tan solo mirando por una de las ventanas de nuestra casa. Pero si cruzamos esas ventanas y vamos más allá, descubriremos lugares que son un auténtico deleite para nuestra vista. Laura nos acerca esta tarde a uno de sus rincones favoritos, situado a escasos minutos de este, nuestro pueblo; el pantano de Valmayor.

Nueve de la mañana. Suena el despertador en un maravilloso domingo. Soleado, limpio, con un aire puro que nada más abrir la ventana me acoge y refresca todo el cuerpo.

De frente me encuentro la Bola del Mundo. Un paisaje increíble situado en Navacerrada. Y es que tengo la “suerte” de estar viviendo desde hace dos años en una de las urbanizaciones de Collado Villalba, con más porcentaje de vegetación entre bloque y bloque de pisos que hay en la sierra, o por lo menos yo lo siento así. Me refiero a “Las Suertes”. Si, la de la setita roja con manchitas negras…¿o era al revés?

De pequeña, mis padres alquilaban una casa en verano que estuviera,  cerca de las montañas y no muy lejos de nuestro hogar, para huir del calor de la ciudad de Madrid y he veraneado en casi todos los pueblos colindantes a  Villalba y ahora, después de casi 20 años sin apenas rozarla, he vuelto aquí a vivir y de momento estoy tan feliz, que no me quiero ir.

Después de esta pequeña introducción, quiero compartir con todos vosotros uno de mis hobbies favoritos.

Me apasiona la bici de montaña (MTB) y procuro salir todos los fines de semana. Aprovecho las ventajas que tiene vivir tan cerca de la naturaleza, que simplemente, bajo a mi trastero, la saludo, le doy los buenos días y salgo como una flecha al campo a respirar.

ErmitaMe dirijo hacia la parte de arriba de los chalets, atravieso la antigua carretera de Galapagar, subo por la calle Urano, dejo a mi izquierda un almacén de chatarra, cruzo por la nueva carretera de Galapagar y en un respiro estoy en la Ermita del Cerrillo, junto a un gran picadero que lleva el mismo nombre. (Fotografía de Carlos Aparicio, @desparpajo fotografía)

Me asomo sin dejar de pedalear. Los caballos ya me conocen y mueven sus cabezas al compás de mis pedales, en señal de saludo y yo les sonrío y les digo adiós con la mano.

Cojo dirección al Pantano de Valmayor y elijo, entre los caminos que hay, el más abrupto y con mayor desnivel, porque me gusta el riesgo, la velocidad y sentir cómo el aire acaricia mi cara. Voy abrigada de arriba abajo; con doble pañuelo, casco, gafas con cristales anti vaho y guantes de media mano.

Bajo las trialeras a toda velocidad, me encuentro a otros ciclistas.  Alguno me quiere adelantar. Soy chica y eso les gusta una barbaridad. A veces me “pico” y me pongo a su altura (cosa de chiquillos), otras veces me da igual y les dejo pasar. Porque lo que más me apasiona es salir a volar como a ET, más de una vez me lo cruzo y siempre quiere llegar a lo más alto, pero como es extraterrestre, no puedo competir con él, no vaya a ser que me quede colgada de alguna estrella y luego no pueda bajar.

Ya he llegado al pantano, giro a la derecha y asciendo por un camino estrecho, es como un bosquecillo que va paralelo al embalse. Saludo a los senderistas que encuentro a mi paso.

Pero sinceramente, lo que más respeto me da, es cruzarme con esos enormes caballos, que apuestos jinetes llevan bien sujetos a sus riendas. Ellos tienen prioridad sobre mi bici. Son animales y no sabemos cómo pueden reaccionar. Una vez le pregunte a una valiente y simpática amazona, quien tenía prioridad y me respondió  que lo primero eran los senderistas, luego los caballos y por último los ciclistas. Así que tomé buena cuenta y siempre que me los cruzo, les dejo pasar.

Al descender por el abrupto camino y antes de llegar al “Nautico” (un restaurante muy especial), situado junto al Embalse de Valmayor me encuentro con una fila de piedras. Donde lo más fácil es bordearlas y continuar. Sin embargo, en este punto del camino, quiero demostrarme una vez más mi pericia. Y atravieso la fila de rocas pasando por entre dos de ellas. Es arriesgado, pero de nuevo lo vuelvo a lograr. Es como un pequeño reto que me pongo para activar la adrenalina que me produce sentir como las ruedas, rozan las rocas y mi cuerpo mantiene el equilibrio sin dejar de respirar.

Atravieso el puente del embalse y al llegar al final puedo bajarme de la bici y girar a la izquierda o saltar sobre las piedras que están a modo de escalón y hacerlo del tirón. Sin embargo, en este tramo prefiero bajar y hacerlo caminando. Alguna vez he salido volando y lo primero que ha mordido el suelo, no han sido las ruedas, sino mi lindo trasero.

Continúo mi ruta. A mi izquierda, el gran pantano, ahora está bastante seco; sin embargo, me gusta sentir su aliento. La tierra, las raíces, las piedras que se asoman pulidas y suaves…Porque luego cuando vuelva a llover y recupere su caudal, el que mandará será él, pero ahora mientras  le falta su alimento, soy yo la que puede escuchar su fondo, ver lo que ahí esconde, sin su manto húmedo y acercarme a su alma y rozarle la piel.

He llegado a la primera parada, dejando atrás varios cotos de caza. Y esta vez no me he encontrado a nadie a mi paso. Me siento junto a una valla. Saco mi plátano, me siento sobre mi mochila porque el suelo está mojado del rocío de la mañana y observo algo extraño en el pantano. Son unas manchas negras que se mueven al compás del sonido del agua. Al principio no hago mucho caso, pero llega un momento en que  no son ni una ni dos, hay por lo menos cinco manchas de un metro y medio por un metro.

Me quedo un poco extrañada y después, investigo de que se tratan. Son peces rayas o Mantas. Me lo dice un lugareño que pesca todos los fines de semana. “No se asuste señorita, les gusta acampar aquí. No es lo normal en esta especie, sin embargo, nadie les molesta y son felices. Me lo dicen muy bajito, cada vez que lanzo el anzuelo en busca de alguna carpa”.

Me quedo sorprendida y a la vez agradecida. Es maravilloso este lugar. Me vine hace dos años y sólo puedo disfrutar de la belleza, del entorno, del aire que se respira cuando abres la ventana y los pájaros te saludan, las ardillas se alegran de que estés ahí y no pasa un día que no vea al perro de mi vecina que con su hocico me susurra: no te vayas y quédate aquí a vivir.

Lo mejor es disfrutar de lo que te hace feliz.

*Todas las fotos de este artículo  son del fotógrafo Carlos Aparicio @Desparpajo Fotografía.

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