Próxima parada…

Esta tarde vamos a hacer un viaje en el tiempo. Nuestra vecina Laura nos trae un relato a cerca de la Estación de Villalba… Un relato que desprende mil recuerdos, mucha nostalgia y una preciosa historia de amor que nos dejará boquiabiertos….

Ayer fue, por fin, la cita con Pachi. Así se llama esta increíble mujer de 82 u 83 años. Sí, no lo puedo decir con precisión porque al poco tiempo de nacer y darle de alta en el Registro Civil, los papeles se perdieron, quedó huérfana muy pequeña y lo demás, es otra historia que, aunque increíblemente interesante, a la vez que intensa, no es a lo que hemos venido hoy.

Me presento con una gran amiga a casa de su suegra, una peculiar señora, que como ya os podéis imaginar, su gran y afable presencia poco o nada tiene que ver con la mayoría de las personas mayores que se acercan a los ochenta.

Llamamos al timbre, es vecina de Las Suertes desde hace unos cuantos años, sin embargo, ha veraneado en unos de los chalecitos que había en la antigua carretera de Galapagar durante toda su infancia y parte de su adolescencia.

Nos recibe con una sonrisa abierta, unos brazos cercanos y un “no sé qué” en su mirada, entre burlona y desenfadada, que a mí se me queda una cara de “boba” que mi amiga María me tiene que dar un codazo para que vuelva a mi estado natural.

Nos hace pasar con rápida soltura y determinación, no se anda con rodeos. Se nota que en esa casa ha pisado, mucha gente ese espacioso recibidor.

Nos instala en el sofá del personal comedor, no hemos hecho todavía ademan de sentarnos, cuando el café, el té y todo lo que nos podamos imaginar, gira alrededor de nuestras cabezas, como en un comic de Spiderman, sin que nos de tiempo a contestar.

Va todo tan deprisa, que siento que no voy a poderle preguntar nada de “mis trenes”, porque desde que hemos entrado, no ha dejado de hablar…

Está su nieto de 15 años con ella, también nos ha saludado con mucha amabilidad. Va mañana a una feria en IFEMA sobre Héroes Manga y es necesario ir con traje y corbata roja, que, por cierto, me la coloca en las manos, la abuela del chaval, nada más pasar el umbral, para que le haga el nudo Windsor. Tardo escasos tres segundos, se me dan muy bien las manualidades y ya me he ganado al joven antes de entrar.

Me resulta todo muy surrealista, sin embargo, respiro hondo y me dejo llevar.

El chico se queda satisfecho, le da un beso a su abuela, después a nosotras y se va, campante y feliz.

¡Por fin solas! Y sin tanto follón. Pensamos mi amiga y yo en silencio.

Y sin haberme repuesto del movido recibimiento, sobre mi regazo, Pachi, me deja una carpeta llena de material.

– ¿Y esto qué es? – Le pregunto entre extraña y un poco descolocada.

– ¡Hay hija mía! Te he recopilado toda esta documentación, sobre lo que mi nuera, me ha dicho que necesitabas.

No doy crédito, son casi 40 folios, llenos de trenes, estaciones, vías, carbón, madera y humo, mucho humo negro, del que salía por la chimenea de esas viejas locomotoras, y manchaba todo lo que encontraba a su paso, envolviéndolo en mágico hollín.

Me embarga una sensación entre ternura, felicidad y, algo tan difícil de encontrar hoy en día, y es que alguien te dedique un minuto de su valioso tiempo y te lo regale sin más.

– ¡Pero Pachi! ¡Que parecen los apuntes de la universidad! ¿Menudo trabajo te ha debido de costar, recopilar tanto material?- ¡Que no, boba, no me ha costado nada, imprimirlos para ti! ¡Además viniendo de tu amiga María, estoy segura que merecerá la pena, a donde van a parar!

Voy mirando hoja por hoja y con todo detalle: están las fechas, el trazado de las vías, la evolución de nuestra querida estación y mil cosas más.

– ¿Sabes lo que te digo Pachi? Que prefiero que me cuentes tú, los recuerdos de la infancia, de tu juventud en este pueblo, junto a esta entrañable estación.

Se le ilumina la cara, porque cada día que pasa, soy más consciente de que a las personas que llegan a esas edades, con tal lucidez, que alguien les escuche y les dedique un poco de su tiempo, lo reciben de una forma muy especial.

– ¡A ver por donde empiezo! – Entre coqueta y consciente de la atención que está causando, nos pregunta exalta de emoción. -Por el principio, le digo yo. ¿Dónde estaba tu casa, que edad tenías, cuantos hermanos erais…?

Me dice que era hija única, pero que fue muy feliz, porque, aunque no tenía hermanos, al fallecer sus padres cuando era ella muy pequeña, la adoptaron unos tíos que vivían en esa casa de la estación. Y los numerosos primos, desde un principio, se convirtieron en sus hermanos adoptivos.

Que recuerda con una nitidez, como si fuera ayer, el tren de carbón, que atravesaba el río e iba paralelo a la calle Real. -No me lo puedo creer. – Le digo entre asombrada y ansiosa porque continúe. -Sí, el tren era de carbón, como ya os iba diciendo y venía del Berrocal y mis primos y yo, nos subíamos a él en marcha, hasta la estación de Villalba.

 

– Pero ¿Cómo en marcha? ¿No era peligroso y más para unos niños? – Le pregunto ignorante y llena de curiosidad.

– Que va, querida Laura. – Cuando el maquinista nos veía llegar, aminoraba la marcha, para que nos pudiéramos subir. –  Era una sensación increíble, hacer algo de valientes y al mismo tiempo tenerlo completamente prohibido. -Tú no sabes lo que arriesgábamos si nos hubieran pillado y eso todavía era mucho mejor. Sentir la adrenalina, rozar lo “ilegal” y por un momento ser completamente libre y con solo elevar los brazos poder volar.

Aquí, interrumpe mi amiga, y con voz solemne y llena de orgullo exclama: “Si así era la yayi, con apenas 10 años, imaginaros todo lo que habrá vivido y lo que le queda por llegar”.

Ella ni se inmuta, parece que este cumplido lo ha oído muchas veces y continúa con su relato.

-También recuerdo un día, tendría unos 15 años recién cumplidos. Íbamos a la estación de Vilalba, corriendo, como siempre, porque perdíamos el tren. Sacábamos el billete, a través de una ventanilla que daba a un pequeño cuarto y en el mostrador había un señor, con cara de muy pocos amigos, que nos vendía el ticket.

-El cual era de papel de cartulina un poco rugosa, con pequeñas perforaciones. Y había que tener mucho cuidado, porque como te sudaran las manos, te quedabas con ello pegado y mejor que no viniera el revisor.

-El caso es que esta vez, ni billete, ni nada, salimos corriendo como “alma que lleva el diablo” porque a los lejos, vemos que el tren iniciaba su marcha y nos dejaba ahí, de pie.

– Pero afortunadamente, el jefe de la estación, que ya nos conocía de otras muchas veces, lanza un pitido, que nunca se me olvidará y el vagón se detiene en seco.

– “¡Vamos, subid, que ya no puede esperar más…! Grita el jefe de la estación.

-Mis primas, asustadas, dan un salto como si llevaran muelles en sus zapatos, porque la distancia que había del suelo al vagón, era casi de más de medio metro (no como ahora, que está completamente al ras), así que imaginaros lo difícil que era acceder al tren. –

– Y cuando ya habían subidos mis primas y solo faltaba yo, siento un movimiento brusco que casi me hace caer y una mano como venida del cielo, tira de mi hacia arriba y ahí aparece él…-

Hay un silencio de apenas tres segundos que a mí se me hace eterno y mi amiga y yo al unísono preguntamos… ¿Quién, quien es el que tira de ti? –

Nos mira con un brillo especial y continúa como si el tiempo se hubiera detenido en ese preciso momento.

-No doy crédito a lo que ven mis ojos, parecía de película, alto, rubio, fuerte, con unos ojos azules, que no había cielo que los igualara. –

– Ya me conocía, de otras muchas veces, jugando por la estación. Saltando sobre las vías, poniendo monedas sobre los raíles, para que cuando pasaran los trenes, se quedaran planas como la luna y suaves como la arena del mar.-

Se gira, deja de observarnos por un instante y detiene la mirada en una foto que hay colocada sobre el aparador. Ella de blanco, él con un traje gris…Han pasado casi 60 años y 20 que ya no está aquí y le recuerda como si fuera ayer.

La estación de Villalba les unió, el jefe de la estación detuvo el momento y el maquinista les llevó a un lugar que no conocía ninguno, pero que no hizo falta presentación.

Como veis: la estación de Villalba, solo ha sido la excusa perfecta, para contaros una preciosa historia de amor y que según relato lo vivido, en aquella casa de esa maravillosa mujer siento que los trenes pasan todos los días, que las estaciones son más de 12 y los días más de 365.

Y que todo depende de las ganas que tengas de subirte al próximo tren…

Fotografías realizadas por Carlos Aparicio ( @desparpajo fotografía).

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